Cada día es un nuevo pretexto, dicho o
historia con la que me salen. A veces creo que me quieren volver loca o, peor
aún, quieren que me encierre en un convento. Pero bueno, quizá tengan razón, ya
que para mi edad y sexo, pues, soy muy desinhibida, aventada, sociable y
rebelde. Siendo sincera en ocasiones me causo miedo.
Hace unos días, caminando en el colegio,
vi al chico de mis sueños, el más guapo, el más bueno…en su salón; para ser concreta,
es ese tipo de niño que los ves y tu cuerpecito reacciona diferente y corriendo vas y le pides su teléfono, código postal,
dirección y, por si acaso, matrimonio. Llegando a la casa, corrí a comentarle a
mi madre el hermoso suceso ocurrido. Aunque no fue sorpresa mía su reacción, ya
que -siendo sincera- me dijo que este “niño de ensueño” sería el octavo en
menos de una semana del que le hablo y que a este paso puedo lograr una marca
mundial. ¡Bah! Yo digo que son alucinaciones de ella.
Tras varios días de verlo y ponerme el
rebozo, llegó el momento indicado y me atreví a hablarle. Lo primero que hice
fue preguntarle su nombre, pero para mi sorpresa, con una voz afeminada y; por
cierto, muy aguda me respondió: “Me llamo Bonifacio, pero para los amigos
soy Bonis”. En ese instante, sentí que
el mundo se me acababa, que había pasado por días de estupidez acumulada por un
niño que podría ser “mi mejor amiga”. Quedé perpleja y sin decirle más me
retiré a mi casa. Para acabarla,
llegué llorando y gritando peor que Adela Noriega en novela de las nueve, y eso
que no soy tan dramática. Mi madre me preguntó qué me había sucedido, y yo entre
mocos y klínex le dije que ya no me casaría.
En estas noches frías y de depresión,
comprendí que no todo es lo que parece y que una cara bonita no significa “el
amor de tu vida”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario