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domingo, 14 de octubre de 2012

Cara bonita no significa "el amor de tu vida"


En noches de invierno, pensando en la inmortalidad del cangrejo me viene a la mente cada suceso por los que cada día paso como: que si la falda me queda muy corta y se me ve media ciudad de Cuernavaca, que no necesito más amigos que los que tenía en preescolar, que si el vecino me ve con ojos pizpiretos, que si esto, que si el otro, bla, bla, bla. ¡Por Dios! La vida es eso que pasa mientras me pongo a escribir lo que me sucede. Por ejemplo, mi familia ya no sabe cómo tratar con un adolescente o mejor dicho no sabe cómo tratarme.

       Cada día es un nuevo pretexto, dicho o historia con la que me salen. A veces creo que me quieren volver loca o, peor aún, quieren que me encierre en un convento. Pero bueno, quizá tengan razón, ya que para mi edad y sexo, pues, soy muy desinhibida, aventada, sociable y rebelde. Siendo sincera en ocasiones me causo miedo.

       Hace unos días, caminando en el colegio, vi al chico de mis sueños, el más guapo, el más bueno…en su salón; para ser concreta, es ese tipo de niño que los ves y tu cuerpecito reacciona diferente y corriendo vas y le pides su teléfono, código postal, dirección y, por si acaso, matrimonio. Llegando a la casa, corrí a comentarle a mi madre el hermoso suceso ocurrido. Aunque no fue sorpresa mía su reacción, ya que -siendo sincera- me dijo que este “niño de ensueño” sería el octavo en menos de una semana del que le hablo y que a este paso puedo lograr una marca mundial. ¡Bah! Yo digo que son alucinaciones de ella.

       Tras varios días de verlo y ponerme el rebozo, llegó el momento indicado y me atreví a hablarle. Lo primero que hice fue preguntarle su nombre, pero para mi sorpresa, con una voz afeminada y; por cierto, muy aguda me respondió: “Me llamo Bonifacio, pero para los amigos soy  Bonis”. En ese instante, sentí que el mundo se me acababa, que había pasado por días de estupidez acumulada por un niño que podría ser “mi mejor amiga”. Quedé perpleja y sin decirle más me retiré a mi casa. Para acabarla, llegué llorando y gritando peor que Adela Noriega en novela de las nueve, y eso que no soy tan dramática. Mi madre me preguntó qué me había sucedido, y yo entre mocos y klínex le dije que ya no me casaría.

       En estas noches frías y de depresión, comprendí que no todo es lo que parece y que una cara bonita no significa “el amor de tu vida”.

      

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